Nezahualcóyotl y Orquesta Sinfónica de Minería

Nezahualcóyotl y la Orquesta Sinfónica de Minería

Nezahualcóyotl y la Orquesta Sinfónica de Minería

Ayer tuve la oportunidad de asistir al llamado «Concierto de primavera» de la Orquesta Sinfónica de Minería en la Sala Nezahualcóyotl de la UNAM. Sin duda la combinación de un gran programa, la adecuada conducción de León Spierer y la interpretación de la soprano Irasema Terrazas valieron la pena y fueron algo notable, y me invitaron a compartir algunas reflexiones con Ustedes.

De entrada, pido disculpas por no incluir una foto del evento pero fueron muy insistentes en no usar celulares o sacar fotografías al interior de la Sala Nezahualcóyotl. Perdón. Así que la imagen de hoy es desde Wikipedia y es de la Orquesta Filarmónica de la UNAM.

De cualquier manera, es importante notar dos cosas: que la orquesta está en medio y los discos superiores de metal, que ayudan a generar un manejo del sonido muy nítido.

La Sala Nezahualcóyotl

Tal vez pocos ubiquen que la Sala Nezahualcóyotl es considerada la mejor sala de conciertos en América Latina. Eso por su diseño, su arquitectura y su acústica: incluye paredes «dentadas» forradas de caoba y otras maderas preciosas, diseñadas de tal forma que evitan el eco y la reberveración al interior de la sala. Por arriba de la orquesta y unidos a los juegos de luces, hay discos de cobre y metal cuya función es «rebotar» el sonido de la orquesta hacia el público. Adicionalmente, cuenta con una sección detrás de la orquesta, de tal manera que el público pueda ver al director en acción «como si fuera» parte de la orquesta.

En sus dos pisos y galería tiene buenos lugares, buena acústica y sin duda es de una buena arquitectura. La Universidad Nacional se empeña en darle buen mantenimiento y apenas alguna butaca deshilada o una mancha en la alfombra revelan que, por muy sofisticado que sea el público, también comete sus barbaridades. ¿Cómo lograron meter -y tirar- una copa de vino a una sala de conciertos? Quién sabe, pero ocurre.

No en balde esta sala construída a mediados de la década de 1970 fue el eje del Centro Cultural Universitario, que cuenta además con un par de teatros, cines y sala de conciertos menor, así como espacios  para exposiciones de otras formas artísticas y muy cerca del denominado Espacio Escultórico, todo ello en el majestuoso Pedregal.

El Concierto

La selección del programa incluyó obras «amables» y bien conocidas: El Vals «Emperador» de Johann Strauss Jr.; el Vals «Sobre las olas» de Juventino Rosas; tres piezas de Lehár: Mein Lippen, sie küßen so heiß de «Giuditta», Vilja Lied de «La viuda alegre» y Heut’ noch werd’ ich Ehefrau de «El conde de Luxemburgo»;  el «Boléro» (el acento viene en el programa) de Ravel y la «Quinta Sinfonía en do menor, op. 67» de Beethoven, más una interpretación fuera de programa. Nada mal.

Y en efecto, las tres interpretaciones de Irasema Terrazas sobre Lehár fueron conmovedoras, a pesar de no sé alemán y de que usó elementos teatrales -una canasta y un poco de baile-, lo que quitó seriedad a una orquesta vestida de frac o con trajes de gala, inclusive con lentejuelas negras en el primer violín, a cargo de Shari Mason. También muy gustada la Quinta de Beethoven, en particular en su segundo movimiento -a pesar de que el primero, en particular sus primeras notas, son más conocidas. Tanto que, poco antes de empezar, sonó el tema en un celular que lo tenía como ringtone.

Pero el «Boléro»… esa interpretación fue estimulante, al grado que le siguieron dos minutos de aplausos de pie, previos al intermedio. Particular emoción la de los percusionistas: en una orquesta sinfónica suelen estar en la última fila, del lado izquierdo respecto al director, y pocas veces se usan -como no sea en la Obertura 1812, en que hasta cañones suelen utilizarse-. Pero para esta interpretación los pasaron al lugar del director, y con su «ta ta tan… tara ta ta, ta tan…» rítmico y lento y que va subiendo de intensidad conforme avanza la pieza, en tanto que el director hizo la conducción desde un sitio contiguo al primer violín -característica del estilo de Spierer-. Bueno, se notaba la emoción de la percusionista de estar al frente de la orquesta y no atrás, y de ver la explosión emocional del público al concluir la pieza. Y cómo no, si es una gran obra y fue una magistral interpretación.

Acá les dejo una versión de la Wiener Philarmoniker bajo la conducción de Gustavo Dudamel. Recuerden que era una pieza compuesta, originalmente, para Ballet. Es una buena versión… pero no con la fuerza de la que escuchamos ayer.
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Tres reflexiones

Hay tres reflexiones con las que me gustaría cerrar este comentario sobre lo vivido ayer en la Sala Nezahualcóyotl:

  • No se llenó. A pesar de ser un gran programa, la Sala no estaba llena. Sospecho que por tratarse de un evento «para egresados de la UNAM» y que no ofreció boletos en taquilla, sino en la Secretaría de Atención al exalumno. Aún así, de las 2,229 butacas se habrá llenado un 80%. Lo que me parece muy poco, considerando el alto nivel de la orquesta, lo amable del programa y el relativo bajo costo para el tipo de evento -el boleto más caro costaba $280; piensen que un concierto «pop» mediano (David Guetta) puede costar entre $1,300 y $4,999 en un espacio para 10,000 personas. Y ni que decir que los Rolling Stones están cotizando los boletos ahorita desde $2,400 hasta $100,000 en un foro para 60,000 espectadores. ¿De verdad no había dos mil capitalinos dispuestos a oír grandes obras en el mejor recinto de América Latina?
  • El programa era amable. Es decir, dos piezas muy conocidas (El Boléro y la Quinta de Beethoven) no son precisamente obras obscuras o poco interpretadas. Son «comunes», por así decirlo. Y aún así, había quien cabeceó, quien se salió en el intermedio o quien dijo al salir que «pues hubiera estado mejor con otras obras». No hay forma de dar gusto a todos, pero la música clásica debería tener más éxito. Mi hija, que iba un poco reacia, salió contenta con una única queja: «Es que era música clásica» -aunque le gustó-.
  • El efecto «André Riu». Hay quien dice que Riu, al hacer conciertos de música clásica con aspecto desenfadado, de corte «pop», con vestuarios sobrecargados e incluso interrumpiendo la música para hacer «payasadas» hace mucho daño a la música para orquesta. pero llena sus conciertos. Y, además, hace que la gente disfrute y si quiere bailar, baile. Ayer durante el Boléro veía a las personas marcando el ritmo con el pie u ondulándose en sus butacas. Pero cuándo en la última pieza el director dejó a Irasema «dirigir» la orquesta y se puso a conducir los aplausos; o caminó entre la orquesta o incluso levantó a algún músico de su lugar para que lo viera el público, la sala perdió su solemnidad y tanto orquesta como público se veían más divertidos. Es decir, lo «antisolemne» funciona bien. Ni modo, habrá que avanzar hacia allá.

En resumen, les recomiendo, cuándo puedan, ir a la Sala Nezahualcóyotl. Es una experiencia que vale la pena. Y más si es un buen programa como el que oímos ayer.

Imagen de hoy Creative Commons License Ofunam via Wikipedia

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