Madurar: proceso que ni es fácil ni automático

Madurar - Andrea Piacquadio en Pexels.com
Madurar… ¿Lo hacemos?

En estos últimos días de agosto, me he ido encontrado -a veces por accidente, a veces de manera más intencionada- a algunos amigos que tenía tiempo de no ver. Esto sí, todos cercanos a la cincuentena: compañeros de la secundaria, amigos de la carrera… antiguos compañeros de trabajo e incluso amigas de ex pretendidas -porque no llegaron a ser novias-. Y tal parece que lo único que todos hemos hecho -o intentado, al menos- en estos tiempos es madurar.

Uno pensaría que el simple paso del tiempo nos haría más sabios, más conocedores y más seguros. Que tendríamos muy claras las metas u objetivos. O que ya tendríamos metas logradas y sueños cumplidos. Que nos habríamos apegado al plan. Pero la gran sorpresa es que no necesariamente pasó eso.

En algunos casos, nos encontramos con hijos ya en edad universitaria. En otros, ya terminaron sus carreras y, tras que la pandemia amainó, se irán de casa. Unos más, aquellos que jurabas que se quedarían casados toda la vida con la misma persona, ya están divorciados pero no solo legalmente: anímicamente. Otros están retomando pasiones o actividades de los años de juventud. Por ejemplo, en mi caso, caminar en las montañas -como les comenté antes-.

Madurar: no es automático

Pero también me encontré con personas que se dejaron derrotar por la vida. Que ante un fracaso, lo fueron ahondando. Los hay que adoptaron vicios que no tenían, al grado de dejar que los incapacitaran para trabajar o para ser felices. Negados a todo, a la vida, a las opciones, a cambiar… No les ha sido sencillo.

Y es que madurar no es un proceso automático. No ocurre por el simple paso del tiempo. Unos simplemente siguieron los planes de vida… pero porque les resultaron impuestos -por la familia, la sociedad o sus propias expectativas-. Cumplieron paso a paso, con algunos momentos notables. Pero no son felices.

En contraste, me he encontrado a quienes ya se aceptan como son, con aciertos y virtudes. Que se atreven a hacer cosas que no habían hecho y que habían dicho que nunca harían -como tatuarse o tener sexo con un desconocido-. Que me dicen que se han alejado de sus familias «porque querían que viviera mi vida a su modo, no al mío». Y que, incluso, harán cosas por primera vez que nunca habían hecho.

… y tampoco es fácil.

Claro que no es fácil salirse del molde. Irse de pinta del trabajo. Aparecer un día en la cineteca, o tomar un seminario de dos días entre semana. Arriesgarse a comprar cosas inútiles… o que lo serán, si no los usas. Aguantar las críticas de «¿Y por qué hiciste eso? Ya te conozco y no lo vas a hacer». Pero también que están logrando cosas que no hubieran considerado posibles a estas alturas.

Y eso incluye el «no importa, me voy a arriesgar». El «no se cómo, pero estoy dispuesto a aprender». También el «el no ya lo tengo, ahora voy por la humillación pública o por el logro final». En fin, que me he dado cuenta que buena parte de los procesos de los últimos días no son exclusivamente míos: ocurren en una parte importante de mi generación. Y por cierto… que, a pesar de 3, 10 o 20 años sin vernos, justamente nos estamos encontrando los que estamos dispuestos a madurar. Aunque no sea ni automático ni fácil.

Imagen de hoy: Andrea Piacquadio en Pexels.com

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